Consulta: Me preocupa que a la edad que tengo, todavía no terminé mis estudios. Estoy en ese proceso y casi no tengo tiempo para compartir con mi esposo e hijos. Paso más tiempo en la universidad que en mi propia casa y peor aún, cuando llego tengo que realizar los trabajos pendientes. Mi esposo trata de comprenderme, pero, a veces, me reclama tiempo en mi hogar. Necesito terminar mis estudios y necesito más tiempo con mi familia. ¿Qué hago?
Responde: Lourdes Henríquez
El dilema que planteas es el mismo que por siglos hemos tenido que enfrentar las mujeres al incluirnos en el mundo social en otros roles alternos diferentes a los de la época de los cazadores recolectores. Hará unos 100 mil años, cuando nos hicimos sedentarios, la distribución complementaria de los roles fue de utilidad, siguiendo las reglas de la condición biológica de cada sexo.
Es decir, las mujeres nos dedicamos al hogar y a la crianza de la prole, a la atención de enfermos y personas mayores; mientras que los hombres se concentraban en todo lo concerniente al mundo de la política social.
Ahora bien, si siguiéramos todavía las indicaciones de nuestra biología per se, aun estaríamos cazando y recolectando.
Hemos trascendido la biología y eso ha supuesto una distribución diferente de los papeles y roles sociales. Se ha incluido al hombre en tareas del cuidado de la prole y de igual manera la mujer ha salido de las tareas que la confinaban en el hogar.
Las lealtades divididas, donde quiero hacer lo mejor como madre y esposa, y dar lo máximo de mí en el trabajo fuera del hogar, es quizás, el mayor problema que necesitamos enfrentar las mujeres en nuestras relaciones personales, al construir una familia. Las lealtades en ambos escenarios, nos dividen.
Estas lealtades crean culpa, ansiedad, estrés, depresión, competitividad y en ocasiones tristezas no identificadas.
Nuestra familia, amigos, colegas y relacionados, nos mandan señales y expectativas paradójicas. Por un lado, esperan de las mujeres que se hagan profesionales, que consigan un buen trabajo, que tengan un hogar que incluya descendencia, pero, no nos dicen cómo hacerlo sin sentirnos divididas, mal con los resultados de nuestro esfuerzo en ambos escenarios; y no existen instituciones sociales que puedan acompañarnos en ese proceso.
Los hombres, asumen ese legado como ideal, pero no quieren incluirse en el proceso.
Mientras no hagamos conciencia de que la crisis es real (de la multiplicidad de roles) y de que todos los involucrados necesitan incluirse, de una forma equilibrada, según cargas y beneficios, seguirá la injusticia de mayor carga para un miembro de la pareja humana y por tanto se perpetua la crisis por la explotación, y la sobrecarga por la diferencia en biología entre los sexos.
Es necesario resolver el dilema cultural actual; puesto que podría hacerse realidad la advertencia que anunciara el terapeuta familiar Iván Nagy, cuando dijo que: “Si no se ayuda a la mujer en la sobrecarga de tareas que por su condición biológica le otorgó la naturaleza, la especie humana puede dejar de existir”. Y aunque no soy una experta en el tema, es el precio que han tenido que pagar los europeos, (con índice de natalidad menor al 0.5%) y que ha llevado a cada país del bloque a tratar de resolverlo de una u otra manera.
Asumir desde la sociedad y sus instituciones de gobierno o privadas, parte de la carga que la mujer asume sola, por el hecho de ser mujer. Pero en todo caso, desde una perspectiva social o personal, es equilibrando en justicia y reciprocidad, la mejor forma de resolver el problema en cuestión